Aunque, como se puede ver a lo largo del texto, muchas mujeres contaron con recursos para gestionar los medios económicos, la promoción artística no sólo se basa en la financiación. Importan también la elección del tema y de los artistas que van a realizar la obra. Las promotoras tienen pocas razones para actuar, y todas pasan por la aprobación social de sus iniciativas. Esta sociedad que recluía a la mujer en el ámbito de lo privado, sólo podía aceptar que llevasen a cabo actividades de este tipo cuando el fin lo justificase, esto es, cuando la obra de arte fuese un instrumento de prestigio social o de salvación extraterrena. Esta labor de aceptación social debe de estar en consonancia con su estatus social. Estaba mal visto propasarse haciendo una obra de gran magnitud si eras viuda de un comerciante o de un gobernador menor, puesto que las grandes obras estaban reservadas para mujeres de muy alta posición (abadesas, princesas, etc.).
Hay que tener en cuenta que normalmente las mujeres promotoras no buscan tanto el prestigio personal sino el engrandecimiento del linaje familiar, como transmisoras del patrimonio heredado y como encargadas de cuidarlo y acrecentarlo.
Real Monasterio de las Descalzas (Madrid). Detalle
Las mujeres pertenecientes a la familia real y las damas de alta alcurnia actúan claramente movidas por esta razón, muestra de ello es el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, promovido por doña Juana, hija de Carlos I y la princesa de Portugal, pero que se fue enriqueciendo por posteriores donativos de mujeres de la familia.
Dentro de las sucesivas familias reales españolas habría que diferenciar entre los encargos que seguían grandes programas artísticos de la dinastía imperante y los que se encargaban por gusto personal.
La labor de mecenazgo llevada a cabo por las mujeres de la realeza tiene como máximas protagonistas a las gobernadoras de los Países Bajos, María de Hungría e Isabel Clara Eugenia, que vieron con gran acierto el arte como instrumento de poder para igualar sus cortes con las de las principales monarquías europeas. La reina María había sido muy bien educada por su tía Margarita de Austria, mujer muy culta, gracias a la cual despertó en la monarca una gran pasión por el coleccionismo de obras de arte. La archiduquesa Isabel Clara Eugenia tuvo a su servicio durante su mandato a artistas como Rubens, Van Dyck, Jan Brueghel o Peeter Snayers, entre los más conocidos. Llevó a cabo muchas obras de mecenazgo durante el matrimonio con el archiduque Alberto, sobretodo de obras con fuerte carga ideológica y propagandística. Al enviudar no disminuyó en absoluto su labor y siguió promocionando obras con el nivel cualitativo de las anteriores.
En el grupo de mujeres nobles sobresalen varios linajes, como el de las Mendoza -Condesa de Mélito, Marquesas de Mondéjar, Condesas de A Coruña, etc.-o las duquesas de Béjar y las Marquesas de Ayamonte, destacando entre las bejaranas Teresa de Zúñiga como gran promotora, al igual que todas las demás, muy consciente de la fama que proporcionarían a sus familias dichas obras.
La primera Marquesa de Ayamonte, Leonor Manrique de Lara de Castro, hija de los duques de Nájera, fundó en 1521 un convento para dominicos anexo a su palacio sevillano, siguiendo la voluntad póstuma de su madre, doña Guiomar de Castro. Continuaría esta labor su hija, la anteriormente nombrada Teresa de Zúñiga, convertida en gran promotora artística al enviudar. Desde su privilegiada posición socio económica la hizo involucrarse en multitud de empresas artísticas, como la reforma del castillo medieval de Béjar, la reconstrucción de la casa del Marquesado de Ayamonte en Sevilla o la transformación de la casa del ducado de Béjar, también en la capital sevillana. A su muerte dejó en su testamento cantidades suficientes para que sufragar la finalización de todas las obras que había encargado en vida.
Ya en el siglo XVII, Beatriz de Zúñiga y Velasco, viuda del marqués de Zúñiga, siguiendo las disposiciones testamentarias de doña Teresa, encarga el retablo del convento de Santa María de Gracia, que actualmente se encuentra en la parroquia de Santa María Magdalena de de Villamanrique de la Condesa, por desaparición del convento.
El afán por mantener el buen nombre de la familia se extiende más allá de la donación inicial, puesto que pasado el tiempo de construcción, se siguen recibiendo en los conventos obras de arte. Es frecuente que las mujeres de las familias fundadoras hiciesen regalos al convento, sobretodo las marquesas al poco de casarse. Los allegados a los marqueses también pagaban con donaciones artísticas la celebración de misas fúnebres o simplemente para expresar su afecto por los marqueses. Existe apuntado en el inventario del convento de Santa Clara de Jesús en Estepa la donación de una pequeña Virgen de alabastro por doña Josefa Benavente "criada de Palacio".
Las mujeres de familias importantes formaron colecciones de gran importancia no sólo para su disfrute intelectual o emotivo sino también para denotar su posición de privilegio individual y familiar. Entre estas damas resaltan, como es de esperar, las reinas, de las cuales Isabel de Farnesio era la de mayor afán coleccionista. Su colección superaba incluso a la de su marido, Felipe V. Atesoraba obras de gran variedad y de mucha calidad de autores, como Teniers, Murillo, Van Dyck, Brueghel, Ribera o Rubens.
Por imitación de estas damas de la realeza, las damas de palacio fueron imitando el gusto de sus señoras. Algunas de estas señoras, como María Vera, reunían en sus colecciones obras de Tizziano y Velázquez -fue dueña del cuadro de este último Cristo en casa de Marta y María y una gran recopilación de bodegones.
Hay que distinguir el error frecuente en la historiografía, con el tratamiento que se da a documentos como testamentos o inventarios de bienes de mujeres. En estos documentos no se suele diferenciar con claridad si las colecciones eran heredadas o formadas.
De las féminas que sí que sabemos que llevaron a cabo encargos, recordar que las promotoras pretendían dejar memoria y engrandecer la fama familiar y su buen nombre, aunque había una semiexcepción: la finalidad religiosa, que además de ser una buena muestra del capital familiar, cumplía la labor de salvación. En este sentido, se puede ordenar lalabor de las promotoras en tres tipos de actividades relacionadas con la salvación: las salvaciones conventuales, los encargos para las capillas funerarias y los encargos realizados por las religiosas.
Solía ser frecuente que las mujeres, ya viudas -con la independencia que eso suponía- se responsabilizaran de la decoración de capillas funerarias de otros familiares, como Doña Beatriz de Torres encargó para el sepelio de su tío el retablo de la Inmaculada de la parroquia de San Miguel. Conviene destacar también el interés de doña Francisca de Guzmán, que en 1573, al enviudar, encargó el retablo del Cristo de la Humildad y el de la Paciencia, en la parroquia de San Andrés de Sevilla.
Normalmente la obra no era una donación como tal, sino un signo del gusto por dejar constancia de la imagen familiar y del finado.
En algunos casos, la fama y riqueza de determinadas familias era tal que su poder las permitía ostentar el patronato de la capilla mayor de un templo. Al prestigio que esto otorgaba, se unía la concesión de indulgencias por parte de la iglesia a toda familia que contribuyese al enriquecimiento de la Casa del Señor. En este caso es recordado el caso de doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, marquesa del Valle de Oaxaca, que en 1570, ya viuda de Hernán Cortés, adquirió en Sevilla el patronato de la capilla mayor de la iglesia del convento dominico de Madre de Dios, donde tenía pensado enterrarse con sus hijas y su nuera. La ostentación del patronato la obligaba contractualmente a la decoración de la capilla mayor, la cual llevó a cabo de forma inmediata.